miércoles, 10 de marzo de 2010

CONSEJOS PARA UNA CONDUCCIÓN SEGURA. Por Nacho Uriarte, presidente de las juventudes del PP

El viernes 19 del pasado febrero, un individuo conducía el coche de un amigo a las siete de la mañana por la calle Serrano, en el centro de Madrid, y se empotró contra otro vehículo que se hallaba detenido en un semáforo en rojo. Afortunadamente no se registraron daños personales. Una patrulla de la policía local, que casualmente pasaba por allí, al ver el siniestro, levantó atestado del accidente y realizó la prueba de alcoholemia al individuo; el resultado fue positivo (0,52 mg de alcohol/litro de aire espirado; algo más del doble de la tasa legal permitida para poder conducir); se la repitieron un poco más tarde y el resultado había aumentado a 0,55 mg.
Se iniciaron los trámites policiales para la celebración de un juicio rápido y, curiosamente, cuando la queja más frecuente es sobre la lentitud de la justicia, los abogados del individuo frenaron esos trámites con la intención de ganar tiempo y evitar una condena en firme para su defendido. La estrategia, según parece, pretendía fusionar el juicio rápido y la causa civil por los daños materiales ocasionados en el accidente, de modo que se pudiese pactar con el perjudicado sin pasar por el juzgado.

Todo esto no tendría relevancia pública si no fuera por unos pequeños detalles sin importancia:

A.- que el individuo en cuestión parece llamarse Nachito Uriarte, diputado en Cortes y,a la sazón, flamante presidente de las nuevas generaciones del PP.
B.- Además, este “apurado” presidente de las juventudes del PP era vocal de la Comisión de Seguridad Vial del Congreso; se vio obligado a dimitir de ese cargo, claro está, cuando el asunto saltó a los medios de comunicación
.

El modelo de urbanidad y seguridad vial que el susodicho ofrece a la ciudadanía es ejemplar; es como si al jefe de bomberos se le sorprende en pleno agosto haciendo una barbacoa en medio de un pinar.
Nines Curridizo, uno de nuestros reporteros intrépidos, consiguió camuflarse en la sirena del coche de policía y nos ha trasmitido la crónica con la versión ofrecida por don Ignacio a los agentes. Allá va.
-Bueno, verá usted, señor agente; esto me pasa por ser de naturaleza sociable; el caso es que decidí salir a tomar unas aguas minerales con mis amigos para iniciar el finde; y entre "ahora pagas tú" y "luego tú me invitas", se nos fue la noche en un santiaméndon Ignacio acompañó sus palabras con un arrobamiento místico de ojos y un santiguado rápido-.

-Al retirarnos a nuestros aposentos -prosiguió don Ignacio- un buen amigo se prestó gustoso a acercarme en su coche. Servidor, que por algo es vocal de la comisión de seguridad vial como diputado del pepé, me percaté ipso facto de que mi colega intentaba abrir la puerta del coche poniéndome la llave en el ombligo y accionando reiteradamente, con movimientos coreicos. La intención era buena, pero le fallaba la función ejecutiva, propia del lóbulo frontal, y el sentido de la acción.

-Deduje –continuó don Ignacio arqueando las cejas para dar mayor énfasis a su razonamiento perspicaz- que mi colega se encontraba muy perjudicado, sin duda, por una mala digestión. Por eso lo convencí para que me dejase conducir a mí. Para ello tuve que invitarlo a una última copa de agua mineral.

-Al coger las llaves de su coche, reparé en el llavero; por un lado lucía resplandeciente una foto de San Aznar con el dedo en alto haciendo la peineta; -a don Ignacio se le iluminó la cara con el comentario y continuó sin dilación- y, por el otro, una inscripción dedicada que rezaba: “¡y quién te ha dicho a ti que yo quiero que conduzcas por mí”.

-Felicité a mi amigote por la originalidad compartida y nos subimos al coche con el ego rebosante. Ya en el puesto de mando, arranqué y le dije: “tranquilo, que yo controlo”. Me dispuse raudo a colocar el cinturón de seguridad cuando, estando en ello, escuché un jadeo quejumbroso de mi amigo, con su cabeza sobre mi barriga: “aagggg, Nachooooo, que m’ahogggasssggg”. Estaba intentando abrochar la corbata de mi colega en el anclaje del cinturón. Señor agente, no era mi coche y, ¡esas cosas ocurren!. El caso es que, a partir de ahí, mi copiloto quedó cocido totalmente durmiendo la mona; perdón, quiero decir… haciendo una digestión difícil y flatulenta.

-Yo, señor agente, conducía con seguridad, con la windonilla bajada y cantando “oliñas veñen e van”, porque, no sé, en fin, me lo pedía el cuerpo. Las calles estaban vacías y sólo se vislumbraba un coche en lontananza parado en un seráfimo. “estará hablando con él” -pensé yo, sobre la marcha, para mis adentros más profundos-. Y he aquí, señor agente, que el coche que yo conducía se enamoró del que estaba parado; con tal virulencia y fruición, que fue imposible detenerlo; hasta que la tapa del delco no entró en contacto con la rueda de repuesto oculta en lo más recóndito del maletero del otro coche, no hubo manera de parar . Vamos, señor agente, que el coche que yo conducía se acaballó sobre el otro, con una pasión inusitada y sin que yo pudiera o pudiese hacer nada. Como si quisiera cohabitar en pecado; ¡y eso que el coche de mi amigo era de naturaleza noble y el otro un utilitario corriente!; pero, ya se sabe que los coches son muy suyos y, cuando la pasión se desenfrena, no hay sistema límbico que se controle.

El señor agente le indicó entonces a don Ignacio que era necesaria realizar la prueba de alcoholemia, a la que don Ignacio no puso ningún reparo. Preparó el agente los utensilios y enseguida don Ignacio empezó a soplar.

-Pare, pare, don Ignacio, que me está inflando el bolsillo de la camisa; debe soplar ud. aquí, en esta boquilla.
Nada más ver los pitidos del aparato, el agente le indicó:
-Siéntese un poco, don Ignacio, hasta que se le pase el sofoco; sin duda ha tomado demasiada agua mineral y se encuentra un poco perjudicado. ¡No vaya a ser que le provoque una disfunción en el hiato!

Al rato volvió a repetir la prueba; esta vez don Ignacio se adelantó, muy resuelto, a soplar con fuerza en la gorra del agente. Una vez reconducido el soplido, los resultados habían empeorado, por lo que el agente comentó:
-¡Vaya torrija, don Ignacio!. Tiene ud. un poco de sangre en su alcohol.
-Tranquilo, señor agente, que yo controlo.

Desde entonces, como puede apreciarse en la foto, el tal don Ignacio se encuentra muy afectado, arrepentío, apurado y vive en un continuo sinvivir.

Vivir para ver. ¡ay! Señor, Señor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como guionista no tienes precio.
Gracias por los ratos agradables que nos haces pasar.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Nuestros blogeros se revelan como puntuales y certeros cronistas de la actualidad. No es nada educativo predicar una cosa y hacer otra; todos somos humanos y cometemos errores, pero estos que predican la moral a diestro y siniestro, deberían tener más cuidado y dar más ejemplo.